martes, 11 de diciembre de 2012

Una novelita lumpen

Roberto Bolaño, 2002.
Anagrama, 2009.

15 €.
160 páginas.

He retomado -como tenía pensado- al chileno Bolaño a final de año y estoy de nuevo disfrutando algunas de sus novelas, aunque también esperaba leer Amberes y no sé qué ha ocurrido con el pedido: tendré que revisarlo pero, sinceramente, no es una obra que llame mi atención por lo que he ido comprobando sobre ella. Lo dejaré para cuando las rarezas. Con 2666 daré por terminado mi primer acercamiento a Bolaño y, a partir de entonces mezclaré relecturas con algunas obras que me falten. Espero, por otra parte, que 2666 mejore bastante porque sus cien primeras páginas me han resultado aburridas.

Empiezo con esta Una novelita lumpen que tanto me ha gustado, como casi todos los relatos cortos, bien sean novela o directamente cuento, de este autor. Bolaño crea climas en los que la acción se sucede de manera no del todo explícita unas veces y oculta otras, de forma que mantiene el interés del lector intacto desde el principio, el misterio de los hechos a través de personajes particularmente atractivos.

La narración corresponde a la vista atrás que en el presente realiza una mujer italiana, hija de un matrimonio muerto en accidente de tráfico cuando era aún una adolescente, como su hermano, con el que quedó sola (1), y que supone el punto de arranque de una historia truculenta. Así que orientada en su comienzo como si de una confesión se tratara se cuenta cómo en aquella época ambos hermanos se buscaron la vida mientras trataban de adecuarse a sus trágicas nuevas circunstancias. El lector asiste al proceso mental que la protagonista sufre ahora, reflexiva, huyendo del posible sentimiento de culpa (2) que cabría esperar por lo que cuenta, más bien justificándose, a lo Cinco horas con MarioEl Lazarillo de Tormes. Quizás sea este tono, esta forma de la voz, lo que le da tanta crudeza al relato. Porque el relato es crudo. 

Digamos que Bianca toma conciencia de lo que fue cuando es una persona madura, y Bianca ha tardado en madurar porque la incursión de ella -una adolescente- en el mundo adulto se hace desde la pobreza material y, sobre todo, afectiva que la mantiene a priori fuera de juego, fuera del mundo y de Roma. Por eso creo yo que Bianca relata su pasado con cierta normalidad que choca, porque así las cosas nada pudo ser de otro modo: ella fue una delincuente, equivocarse hasta tal punto fue lo que correspondía, lo que le tocó.

La historia que narra -aquellos hechos que ahora rememora- es lineal: no hay giros radicales ni sorpresas, pero cuando el lector se quiere dar cuenta estará leyendo entre niebla espesa, envuelto por una atmósfera inquietante en la que el lector no acaba de percibir de forma directa las consecuencias directas de las acciones que Bianca y su hermano llevan a cabo, desde el momento en que se cruzan en sus vidas dos personajes determinantes: el serbio y el boloñés. Estos están presumiblemente -en Bolaño hay que presumir cosas- acostumbrados a vivir al margen de la ley. Con ellos los dos hermanos trazarán un plan que los sacará de sus apuros materiales -que les servirá para proyectarse hacia algún sitio que valga la pena, a irse haciendo un futuro- y otro inquietante personaje desempeñará su papel en la trama: el viejo Maciste, actor retirado, fofo ex-campeón de culturismo, de costumbres solitarias y que mantendrá con Bianca una relación tortuosa.

Bianca basa la mayor parte de su justificación en su posición de lumpen. Es, como digo,  esta condición lo que le ha empujado a delinquir, lo que le llevó a aceptar el plan de los amigos de su hermano (3). Ahora no lo haría pero entonces su situación de desarraigo a la sociedad no le dejó más salida que el error. Es un ejemplo claro del Bolaño más cautivador, el que es capaz de contar grandes historias con pocas palabras, en pocas páginas, condición del contador de argumentos que supongo que trató de ser siempre o, al menos, casi siempre. 



En el original.........................................................................................................

(1) Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente. Mi hermano y yo nos habíamos quedado huérfanos. Eso de alguna manera lo justificaba todo. No teníamos a nadie. Y todo había sucedido de la noche a la mañana.

Nuestros padres murieron en un accidente automovilístico durante las primeras vacaiones que hicieron solos, en una carretera cercana a Nápoles, creo, o en otra horrible carretera del sur. Nuestro coche era un Fiat amarillo, de segunda mano, pero que parecía nuevo. De él sólo quedó un amasijo de hierros grises. Cuando lo vi, en el desguazadero de la policía donde había otros coches accidentados, le pregunté a mi hermano por el color.

- ¿No era amarillo?

Mi hermano dijo que sí, claro que era amarillo, pero eso fue antes. Antes del accidente. Las colisiones deforman el color o deforman nuestra manera de percibir el color. No sé qué quiso decircon eso. Se lo pregunté. Dijo: luz... color... todo. Pensé que el pobre estaba más afectado que yo.

(2) Fuera como fuera, por aquellos días yo intuía que me estaba acercando de manera inexorable al territorio de la delincuencia y esa cercanía me mareaba, me emborrachaba, dormía mal, tenía sueños donde nada significaba nada, sueños sin ataduras donde yo tenía el valor de hacer lo que quería, aunque las cosas que hacía en los sueños no eran precisamente las cosas que hubiera hecho en la vida real, las cosas que me apetecía hacer en la vida real.
En el fondo siempre he sido una persona sencilla. Ahora soy una persona sencilla y antes, cuando las noches eran igual de claras que el día, también. No me daba cuenta, pero lo era. Me miraba y la luz del espejo me enceguecía. No daba reposo a mi alma. Pero era una persona sencilla, de lo contrario hubiera salido disparada para arriba y ahora todo sería diferente.
A partir de este moemnto mi historia se hace más borrosa aún.

(3) Ahora sé que la cercanía no existe. Siempre alguien tiene los ojos cerrados. Uno ve cuando el otro no ve. El otro ve cuando uno no ve.

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