martes, 23 de julio de 2013

A secreto agravio, secreta venganza.

Olmedo Clásico, 2013.

Martes 23 de julio.
22:30 h.
Corrala del Palacio.

Compañía El Óbolo.

Hoy toca drama de honor, de mano de la compañía El Óbolo. No sé si polémica, la verdad. Hay obras que envejecen mejor y otras que lo hacen peor, por muy calderonianas que sean. Entre las cosas interesantes que el editor de Cátedra nos cuenta -Erik Coenen se llama- está el de la expresión hecha que se usó en este país a partir de la fama de los dramas de honor de Pedro Calderón de la Barca: honor calderoniano. Esta expresión daba a entender un sentido del honor un tanto extremo, capaz de justificar el ajusticiamiento de personas queridas o allegadas: la mujer mayormente, lo cual suponía un uso autoritario de las relaciones familiares por parte del cabeza de familia, único miembro que parece resultar mancillado en las obras de Calderón, seguramente porque es en la mentalidad de este y en la de los Evangelios el único miembro de la familia con derecho -y aún necesidad- de limpieza. La primera conclusión es que hoy en día estos dramas aportan tan sólo algunos datos de interés documental o costumbrista y, por supuesto, éticamente está desfasado: caducó o nunca debió ser.

Pero me encuentro con la posibilidad del resquicio. El año pasado también se representó un drama de honor: El Médico de su honra. En la versión que lo leí -la de Cruickshank para Castalia- la necesidad de conservar el honor era tratada como una especie de mal social que enredaba las relaciones entre los personajes hasta acabar con el injusto asesinato de la dama. Cuando Teatro Corsario lo puso sobre las tablas presentó ante el público un relato costumbrista que carecía de toda conexión con el presente. En la versión que ahora leo, la de Coenen para Cátedra, la historia es interpretada más a la manera en la que Teatro Corsario lo hizo: el honor calderoniano es extremo hasta el punto de justificar el asesinato de la esposa. Pero, claro, qué hacer en 2013 con este punto de partida.

Anoche me comentaba una amiga de las tertulias del constipado que, en realidad, la cuestión está vigente, que un texto así puede servir de denuncia a pesar de Calderón, de manera que ponerlo sobre las tablas sería necesario pero -insisto- a pesar del propio Calderón de la Barca, como si poner a la vista del público una trama como esta sirviera, en realidad, de denuncia de unas costumbres que no están del todo superadas. Y no es la única que piensa así. Es una posibilidad a tener en cuenta -fácil de adoptar- por cuanto que acepta también la posibilidad de que Calderón fuera consciente de que esta visión apareciera entre los más avispados, aunque él mismo tratara de esconderla bajo el manto del costumbrismo pues, como se sabe, mostrar las cosas es a veces suficiente para criticarlas.

La trama es conocida. Don Lope se va casar con doña Leonor quien en el pasado estuviera enamorada de don Luis, aunque no pudieron entonces llevar a cabo su deseos: tuvo que irse el caballero a servir al Rey, a Flandes y de él nunca más se supo hasta que ella lo creyó muerto. Es ahora, cuando Leonor -por supuesto no del todo convencida- va a desposarse con don Lope que aparece de nuevo don Luis. Hay que ver. Mira que nos suena a El Médico de su Honra. Este es el drama. La trama se ve complicada con la partida a África de don Lope, donde servirá al rey Sebastián de Portugal en la guerra que emprende, mientras que don Luis muestra sus intenciones explícitamente.

De nuevo ocurre -como en otros dramas de honor- que es la obsesión de Leonor por tapar a don Luis -quien ni siquiera es amante de hecho- lo que la convierte en sospechosa. Y vuelven mis dudas con el texto:  a menudo parece ser el miedo a la corrección de su marido lo que le hace caer en el error de deshonrarse por sí al -digamos- levantar una liebre que no existe. No queda claro, desde mi punto de vista, que Calderón defienda este tipo de honor y, ya puestos y aceptando la tesis del miedo de ella como desencadenante de la acción, podría pensarse que lo critica radicalmente. El miedo es así:

Leonor:
Que con lágrimas bañada
vuelvo a pedirle se vuelva
a Castilla y se resuelva
a no hacerme malcasada;
porque, fiera y ofendida, 
si no lo hace, ¡vive Dios!, 
que podrá ser que a los dos
nos venga a costar la vida.


En general la trama es más enrevesada de lo que pudiera parecer a primera vista. En su obsesión don Lope llega a pensar que también El Rey podría ser consciente de su agravio: una especie de deshonor fuera de categoría . El caso de don Juan -que aún después de matar a un tal Manuel por limpiar su honor es blanco de agravios como si su deshonor hubiera pasado del ámbito de lo estrictamente privado a ser comidilla de todo el mundo- hace reflexionar a don Lope: sucede que vengar es publicar, y ahí está el lío, la venganza debe ser secreta: fuego. Pero, amigos, es fácil perderse por estos vericuetos: qué puede tener de vengativo limpiar un deshonor secreto de manera secreta, y dónde queda el agravio, qué queda por limpiar: ¿no puede estar planteándonos Calderón que dar alas a este tipo de sentimientos nos conduce a acciones esperpénticas y de una bajeza mayor que cualquier deshonor? Podría ser, pero es mucho aventurar: don Juan y el Rey aprueban la acción de don Lope.  Lo que me parece claro es que la acción de don Lope es más que venganza prevención, prevención calderoniana, habría que decir... Me están entrando escalofríos. 

Nos queda en cualquier caso la bella versificación de Calderón de la Barca, cuestión esta sin la que quizá estos dramas no hubieran trascendido cuatro siglos y que espero disfrutar esta noche de manos de la compañía El Óbolo. Personalmente la lectura me ha resultado un tanto espesa, quizá por falta de concentración, puede que porque mi atención estuviera centrada en una historia tan cruel, indigna de cualquier tiempo.

2 comentarios:

  1. Siempre que llegan estas fechas y leo tus entradas sobre las obras representadas en el festival, os imagino a todos en Olmedo, en especial a los habituales a las tertulias del constipado, ataviados de capa y espada y utilizando expresiones como -voto a bríos y similares. El honor. ¡Ah! El honor.

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  2. A partir de la tercera copa decimos de todo. No llevamos espadas ni capas pero, mira, no sería mala idea. Lo cierto es que es una gozada: entre las representaciones, el congreso de sesudos, los cursos de dramatización, las exposiciones etc... casi siempre hay gente con la que entablar conversaciones interesantes. Digo que a partir de la tercera copa. Por cierto que siempre las compañías valencianas destacan en la manera de decir el verso: dicción perfecta, ritmo y entonación de lujo... Dejáis en evidencia a los mesetarios, y eso no es, hombre, eso no es...

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Comentarios.