viernes, 11 de octubre de 2013

Herejes

Nº 62.




Leonardo Padura nació en La Habana en 1955 y es autor de las novelas PASADO PERFECTO, VIENTOS DE CUARESMA,  MÁSCARAS, PAISAJE DE OTOÑO, ADIÓS, HEMINGWAY, LA NEBLINA DE AYER, y también LA COLA DE LA SERPIENTE, todas ellas protagonizadas por el detective Mario Conde.También es autor de LA NOVELA DE MI VIDA y de EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS, reconstrucción de las vidas de Trotski y de Ramón Mercader. Esta es su última novela:



Leonardo Padura, 2013.
Tusquets, 2013.

522 páginas.
21 €.

Libro de Daniel.

1
La Habana, 1939.

Varios años le tomaría a Daniel Kaminsky llegar a aclimatarse a los ruidos exultantes de una ciudad que se levantaba sobre la más desembozada algarabía. Muy pronto había descubierto que allí todo se trataba y se resolvía a gritos, todo rechinaba por el óxido y la humedad, los autos avanzaban entre explosiones y ronquidos de motores o largos bramidos de claxon, los perros ladraban con o sin motivo y los gallos cantaban incluso a medioanoche, mientras cada vendedor se anunciaba con un pito, una campana, una trompeta, un silbido, una matraca, un caramillo, una copla bien timbrada o un simple alarido. Había encallado en una ciudad en la que, para colmo, cada noche, a las nueve en punto, retumbaba un cañonazo sin que hubiese guerra declarada ni murallas para cerrar y donde siempre, siempre, en épocas de bonanza y en momentos de aprieto, alguien oía música y, además, la cantaba.

En sus primeros tiempos habaneros, muchas veces el niño trataría de evocar, tanto como le permitía su mente apenas poblada de recuerdos, los pastosos silencios del barrio de los judíos burgueses de Cracovia en donde había nacido y vivido sus primeros años. Por pura intuición de desarraigado perseguía aquel territorio magenta y frío del pasado como una tabla capaz de salvarlo del naufragio en que se había convertido su vida, pero cuando sus recuerdos, vividos o imaginados, tocaban la tierra firme de la realidad, de inmediato reaccionaba y trataba de escapar de ella, pues en la silenciosa y oscura Cracovia de su infancia un vocerío excesivo sólo podía significar dos cosas: o era día de mercado callejero o se cernía algún peligro. Y en los últimos años de su estancia polaca, el peligro llegó a ser más frecuente que las vendutas. Y el miedo, una compañía constante.

Como era de esperar, cuando Daniel Kaminsky cayó en la ciudad de las estridencias, durante mucho tiempo recibiría los embates de aquel explosivo estado sonoro como una ráfaga de alarmas capaz de sobresaltarlo, hasta que con los años consiguió comprender que en ese nuevo mundo lo más peligroso solía venir precedido por el silencio.


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