sábado, 2 de noviembre de 2013

Lúcido.

Casi por pura casualidad fui al teatro hace unos días, al auditorio municipal de Medina del Campo, invitado por mi amigo Benja, acompañado por mi amiga Beni, francachelos todos. Y vimos una comedia dramática llamada Lúcido, a partir del guión original del autor argentino Rafael Spregelburd y que por aquí dirige Amelia Ochandiano con su companía Teatro de la Danza.

Bien, uno siempre se sienta sobre la butaca con la ilusión propia de la expectativa que, esta vez, Benjamín se había ocupado de alimentar sobradamente. Caras conocidas en el dossier informativo: Isabel Ordaz, Itziar Mirando y Tomás de Estal, quien -mira por donde- no participaba de la función que yo vi. Sustituido y, por tanto, cara nueva para mi, tan nueva como la del otro actor: Alberto Amarilla, Lucas en la obra y que llevó a cabo un magnífico papel, el del acomplejado hijo de Teté con quien vive a solas hasta que recibe la visita de su hermana Lucrecia.

Digamos que tras los avisos al público baja la luz de sala y se enciende el escenario: Teté y sus dos hijos comen en un restaurante. Es el cumpleaños de Lucas. Lucrecia está de visita tras años de ausencia durante los cuales la familia prácticamente se ha desintegrado, viene a pedir cuentas pero ni su madre quiere perdonarle un pasado del que tampoco aparece libre de culpa ni su hermano es capaz de tomar parte por una de las dos: no puede perjudicar a su madre y, a la vez, está tratando de librarse de ella como referente absoluto.No sé si van viendo la comedia.

Pues sepan que no sólo la hay sino que, además, la comedia protagoniza la mayor parte de la obra, de tono ácido el humor aparentemente circunstancial con el que los personajes se desenvuelven trata de velar un drama al que se refiere una y otra vez y que, por tanto, se hace presente hasta apoderarse poco a poco de la acción principal. Aunque prácticamente desde el comienzo los actores hacen justicia a un guión excepcional, que divierte y emociona a partes iguales, cuando se llega a los tres cuartos de obra su cuerpo engorda tanto, adquiere un volumen tal que el espectador -y hablo por mi experiencia- puede llegar a sentirse desbordado por la catástrofe que tiene enfrente. Una experiencia fantástica la que Beni y yo vivimos aquel viernes, con una maravillosa Ordaz que se dejó el pellejo sobre las tablas.

Ahora mi amigo Benja y yo estamos interesados en este autor, Spregelburd, del que prácticamente no hay nada editado en España, para nuestras francacheladas. Intentaremos ir leyendo algo. A ver si puede ser.



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