viernes, 24 de enero de 2014

La esquina rota.

Luis Julio González Paltón, 2013.
Devenir, 2013.

80 páginas.
12 €.

A Luis le conozco desde hace poco. Fue él quien tuvo la iniciativa que ya le voy agradeciendo de visitar esta librería: es un lector entusiasta y compra poemarios de esos que no vendo nunca. No soy lector habitual de poesía y a veces no sé qué me dice, pero él se explica, me cuenta las cosas. Luis Julio González Platón es  profesor de latín en el Alfonso VI de Olmedo y, además, poeta. Le dije que me gustaría echar un vistazo a lo que hace y me trajo un día LA ESQUINA ROTA, poemario de 2013, además de una traducción suya de LA ESTRELLA DE MADERA, de Marcel Schwob, en la editorial Sequitur. También ha traducido a Ovidio y Cicerón, y a los poetas portugueses Camoes, Fernando Pinto do Amaral, António Ramos Rosa, Rui Belo y Filipa Leal. Y tiene un blog muy interesante y para mí muy polémico en lo que a su última entrada se refiere: habrá que discutir sobre ello...

De LA ESQUINA ROTA me quedo con su brillantez -tan pulidos están sus poemas- y con lo gozoso del desvelo, siempre parcial. No sé por qué relaciono la poesía con una suerte de misterio o cofre del tesoro del que nada más allá del mapa o ruta es necesario. En mí la poesía ejerce su mayor atractivo gracias al secreto, a veces lo indecible, lo inasible. Supongo que la poesía puede ser muchas cosas y, sobre todo, debe ser honesta y arriesgada pero necesito que sus imágenes sean bellas y creo que estas por sí solas pueden tener fuerza suficiente en un poema y justificarlo. Si al poeta no le interesa el juego formal a mi no me interesa el poeta. Pero, bueno, hablo de juego formal y no de poesía encriptada:

En esa luz que surgió en la noche, 
buscaba calentarme con sus brasas, 
prender mi sangre cansada,
avivar el rescoldo de ceniza de mis ojos agotados
que ya no te buscaban en los atardeceres, 
que ya no sentían el escalofrío
de tu mirada
en la sombra ardiente de los pinares.
Era otra esa luz y pensé que me buscaba
y, en mi error, creí encontrarla
en unos ojos que mentían del otro lado de los montes.
Ciego no vi que sólo la luz verdadera
de tus ojos manaba;
que brotaba de tu silencio
y la busqué en territorios extraños, 
en caminos en los que el fracaso se disfrazaba de loca adolescencia, 
de imberbe amante jugando a los primeros amores.
Aún no sabía escuchar tus calladas palabras;
aún tenía que aprender a distinguir tu voz enamorada
que me aguardaba en el cerrado huerto
de tu corazón solitario.

El amor no es sólo tema inagotable sino preferente en poesía y González Platón transita aquí por tres estados fundamentales del mismo, que llama ERROT ET CAMINA, ESTADO DE LA LUZ y A LA ESPERA DEL ÁNGEL.  Efectivamente coinciden con la huida errónea -habría que decir que ingenua- en busca de lo que no se tiene, de cantos de sirena que hacen a la voz poética desviarse del presente inexplorado, subestimado o despreciado en su esencia. Así arranca el poemario y en esa clave se expresa su mayor parte. En la segunda de ellas la voz poética va tomando conciencia del error y el arrepentimiento cobra protagonismo. Creo que la problemática planteada en La esquina rota puede extrapolarse a otros espacios de la vida en los que la persecución de sueños -¿de cartón?- nos hacen olvidarnos de lo cotidiano, a desatender el valor de lo más cercano. Pero no nos desviemos también nosotros, el amor y sus vicisitudes son tema central:

Hay noches en que el viento del sur
trae el aliento de la muerte
y en el monte oscuras fieras
dejan huellas de sangre en los senderos.
Se pierde el amanecer en los zarzales; 
el fuego se apaga en las lumbres frías;
el aullido parte la madrugada
en los caminos remotos del recuerdo.
Desorientadas aves recorren los cielos
huérfanosde albores y esperanzas
y, en las cumbres, la noche hace morada
mientras el alba se esconde en los valles.
En esas noches, te tengo a mi lado.
Me basta la luz de tus ojos silenciosos
y tu mano que me guía en las densas tinieblas.

En la última parte el errado se encuentra primeramente consigo y se hace presente de nuevo, en primera persona. La tercera la reserva González Platón para el yo pasado, el que anduvo perdido en busca de un futuro imaginado de prohibición, de excepción. Esperar al ángel es, quizá, esperar el perdón y obtenerlo: hacerse la promesa de recuperar un tiempo  de plenitud y sensibilidades que quedaron por descubrir precisamente porque las tenía de cara.



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