sábado, 10 de mayo de 2014

Nº 75

De Rodolfo Fogwill (Buenos Aires 1941-2010) leí hace un par de veranos sus cuentos e hice una reseña que pretendía ser la primera de dos y fue la única. Bueno, hago un juego de palabras estúpido para salir del paso y ya está: Fogwill es único. Lo cierto es que me interesó su estilo analítico y sus historias tan originales, en las que ya lo onírico era un tema recurrido. Ahora presento este libro que es compendio por él realizado de sueños suyos que decidió transponer al papel. 



La gran ventana de los sueños
Rodolfo Fogwill, 1981.

Alfaguara, 2013
140 páginas.
17 €.

Claro que vivo. Pero esto es provisorio. Permanente es lo que no vivo. Se dice: "Ay... ¡si uno pudiera...!. Pero no. No pudiera, uno. Y aunque se pudriese conjugando como es debido, uno jamás podría. Y si alguien sí, nos duele. O huele mal. Siempre duelen o huelen mal los poderes del otro. ¿Y el poder de uno? Envíen a alguien ya mismo a buscarlo y verán que poder es más o menos fácil: se puede lo posible. Lo difícil es poder poder, poder hasta que se pueda poder lo que no se puede. Mas no se da. Y si se da cuando uno llega hasta el punto de acariciarlo, justo es ahí cuando o donde no se lo permiten. No se le permite. Lo, le, la, me, te: permutaciones del permiso del otro que nunca se llega a conseguir. ¡Y algunos creen que el español has suprimido las declinaciones! Rosa, rosae, rosarum, rosastre, la, le, li, lo, a él. Formas del roce entre uno y la palabra. Y entre uno y otro: el infinito divisible. El resto es silencio. Mmmmmmm de mudo. La mutación del alma, más buena letra y a otra cosa. Por ejemplo, al relato. Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus no imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años. A eso se llama vivir, o haber vivido, pendiente de un olvido. Es natural ahora, cuando el olvido roe las neuronas, pero aún recuerdo que aquella vez, hace casi cuarenta años, soñé y olvidé y desde entonces pienso que el grueso  de la memoria se compone de cosas negras hechas de puro olvido, vacía de sí, llena de olvido, hecha de puro olvido. Uno mismo termina hecho de puro olvido. La idea era recordar los sueños. Durante un itempo me propuse recordar los sueños, es decir, olvidar el menor número posible de sueños. Joven, pronto imaginé que bastaba tomarlos en serio y recordarlos al despertar y evocarlos un par de ratos después de despertar, para fijarlos en la memoria. Por un tiempo. Parece que el sueño sucede en un espacio (¿será la mente, la conciencia, el interior..?) al que vendrían a caer los sueño siguientes para desplazarlo a otro lado. La nada oscura. A veces pienso -y es como un sueño ese pensar- que si realmente uno tomase con toda seriedad el propósito de recordar los sueños y se aplicase a ello y se esforzase, podría llegar a recordarlos todos. Es decir, recordaría incluso los que fueron olvidados. Al menos su nombre, "sueño del pato que habla", "sueño del zapatito de la bailarina", etc. Pero venimos hechos de una materia incapaz de esforzarse mucho y muy poco propensa a tomarse alguna cosa con seriedad. Por eso, si uno quisiera recordar los sueños, podría anotarlos al despertar y ejercitarse en aprender a despertar en el momento justo de haberlos soñado: abrir esa ventana. Alguien se estará preguntando por qué ese relato de una muestra de cosas soñadas se llama "la gran ventana de los sueños". Ahora yo también me pregunto por qué razón elegí ese título. Es cierto que me gustó usar la palabra "ventana" y después de elegirla veo que alude a una ventana rara, que no se abre a ninguna parte. Es decir, se abre al sueño: pura imagen y tiempo que no suceden en lugar alguno. Y que ahora, malamente, se reproducen sobre papel como simulando una obra.

Y tal vez sean una obra. Obra del sueño u obra del dueño, siempre será más original que cualquier intento de ficción. Cualquiera -y a mí me ha sucedido- puede volver a escribir o a reescribir la obra de otro, pero nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos con tu propio estilo de soñar, o de escuchar tus sueños.

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