martes, 16 de febrero de 2010

AUTOBIOGRAFÍA DIFUMINA IX

EL GRITO, de Ignacio Lloret.

Sé que soy un horror. Lo supe desde el principio: llevo siglos sintiéndome alguien despreciable, pero esto último hace ya algún tiempo que terminó. En 2010 el mundo merece la pena. Y en 2009. Y desde hace algunos años más. Ahora ocurre que me siento despreciado, motivado: acabaré con algunas cosas de alrededor. Se me debe un respeto, creo.

Nací en Olmedo, como ya saben. No sé si informe o pura forma, a veces me he parecido materia inconclusa y otras estaba seguro de ser un hombre, imperceptible pero humano. Como fuera que paré no sé cómo en una ciudad sin nombre (y donde una vieja llamada Celestina me miró buscándome) dio en retorcerse dolorosamente mi alma y, desorientado en aquel edificio donde un hombre y una mujer acoplaron sus cuerpos, delante de mis narices, de mis desapercibidas narices, acabé cansado de estar y desfallecí. Me parecieron muchas cosas en una sola mañana.

Pensé que despertaba otra mañana porque el sol así me lo me indicaba. No había mercado y la plaza estaba abarrotada de gente. Pensé que despertaba en medio de aquella plaza y tenía claro que no era allí donde me había quedado dormido. Al fondo, lejana, una imagen de dos ahorcados (público satisfecho) que desapareció. Una imagen de dos hombres que iban a ser ahorcados (público expectante), un tipo que me miraba, que se llamaba Sempronio porque me lo estaba diciendo con los labios: Sem pro ni oooo: he ma ta do a la vi e ja. Enseguida ahorcado. Él y el otro que le acompañaba, como ya había visto tan sólo un instante antes. Me resultó extraña esta sucesión incoherente de imágenes pero no me dio mucho tiempo a pensar la cuestión. Todo se hizo oscuro. Luego volvió la luz mientras el mundo giraba, mientras giraba yo con él, o la plaza en el mundo, un locura inabordable. Cerré los ojos buscando una manera de controlarme, algo de sosiego que me dejara pensar, pero el mundo y la plaza de aquella ciudad giraban entonces dentro de mi y mi interior se revolvió hasta que vomité. Qué vomité. Dónde. Caminé hacia dónde. Hacia ningún lugar que conociera, mareado, por ningún lugar que conociera. Sentí caer mi cuerpo. Sentí un cuerpo que se caía y un dolor agudo en el antebrazo derecho y en las costillas, sentí que me arrastraba por un suelo áspero, que masticaba un polvo espeso, que llegaba hasta una muerte: sentí las palmas pegajosas de las manos: vi el cuerpo de un joven atractivo tirado en el suelo, abandonado, de cabeza hueca, vi los sesos esparcidos, comprobé que mis manos estaban sucias por culpa de los sesos sueltos de aquel imbécil. Intenté incorporarme y sentí cómo me hundía en un vértigo que acabó con mi cuerpo aplastado contra un suelo, bocarriba: Miré al norte y no vi estrellas en la noche aunque el día había terminado. Giré mi cabeza a la derecha y vi a Melibea que se había suicidado, y oí los lamentos de un padre y estallé en una risa histérica que me pilló desprevenido. Quise descansar de aquella incorrección pero no pude hacerlo mientras el padre continuaba ensanchando las virtudes de su hija, que era una casquibana, qué cojones. Traté de incorporarme dispuesto a huír, a sacar mi risa de aquel lugar: noté, ya en pie, que arrastraba un gran peso pero eché el paso con decisión, cada paso. Era una tortura tal que parecía arrastrar al mundo: miré hacia atrás y comprobé que, sujeta a mi cuerpo mediante fuertes correajes, aquella ciudad se venía conmigo, hecha pliegos que escondían edificios y personas, que dejaban asomar el campanario de la iglesia o los árboles de la plaza mayor, como un lienzo gigantesco la ciudad de la que trataba de huir se venía conmigo, se vino conmigo un largo trecho, puede que kilómetros, conmensurables centímetro a centímetro hasta que me desplomé. Aún no sé dónde.

5 comentarios:

  1. Los sesos sueltos de aquel imbécil, triunfaron sobre tí, te hicieron sentir humano, te hicieron volver a ser lo que no eras, ¿te sorprendió su tacto pegajoso, o quizás encontraste en tí aquel recuerdo de tu fugaz paso por el mundo carnal?, de cualquier manera volviste a concebir.

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  2. Me sorprendió bastante su tacto pegajoso, Francachelas (qué bonito nombre), y creo que llevé desde entonces, pegada a las manos y para siempre, aquella sensación de realidad que, sin embargo, nunca me ha acabado de convencer. ¿Volver a concebir? ¿El qué?

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  3. Concebir la idea de ser carnal, de sentir, de que tu idea tuviese por fin un claro concepto en tu nueva realidad.

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  4. tio, eso de que cuando llegas a un blog y dices: "Hola a todos", le ha de caer al autor del blog muy mal. Al autor no lo saludas, aprovechas su espacio para ver si lazas un enlace...

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  5. Francachelas: Ocurre que la sesada pertenece a un personaje, un joven de ficción... Es todo muy extraño.

    Aunque para extraño el tipo al que le ha dado por perseguirme...

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Comentarios.