miércoles, 30 de diciembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA DIFUMINA IV



Comprenda el lector que me sentí horrorizado la primera vez que me miré. Me había visto levemente, sólo de pasada, en alguno de los otros pocos momentos que llevaba siendo, desde la noche anterior, desde la oscuridad, durante buena parte de la mañana en que descansé de mi nacimiento, en la negrura. Pero llegó un momento en el que me tuve que mirar para, de verdad, verme. Las manos no eran manos ni los pies tal cosa. No vi unas piernas ni ningún otro miembro de cuerpo alguno y, finalmente, no fui capaz de palpar mi propia cara más allá de un tacto tan leve que a penas podía asegurar. Como si mi alma estuviera desnuda me pensé endeble y delicado. Soy sombra desde que recuerdo, oscura como la noche que no se alumbra.

El horror fue verme, conocerme para no gustarme y reconocerme al poco, ser como otros fueron, como ninguno. Eché a correr con la vista puesta en la persona que parecía un labrador que subía a su carreta, repleta de paja. Terminaba un tramo dificultoso de piedras y de firme irregular que yo le había visto superar desde unos metros de distancia, aún a la entrada de la cueva donde pasé la noche. Le alcancé enseguida y le hablé: le pregunté por el nombre del lugar y no me respondió, y ni siquiera se dió por aludido. No me oyó y no me vió. Arreó al mulo hasta que este empezó a andar, tras un breve e intenso tirón que dejó caer algo más de la carga que ya venía perdiendo por el camino, y, poco a poco, fue alejándose.

1 comentario:

  1. Los prometeos son todos unos personajes entrañablemente navideños. ¡Feliz año! :)

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Comentarios.